Si los hermanos Marx trabajaran para la televisión de ahora, habrían parido algo parecido a Arrested Development. El surrealismo se hace cine en esta comedia alocada sobre una familia disfuncional, pija hasta decir Armani, que se encuentra al borde de la quiebra económica, el escarnio público y el desastre emocional.
Una cabecera “alternativa”:
Pero ya dijo Chaplin que la comedia contemplaba la vida en plano general –mientras que la tragedia estaba reservada para el primer plano–, por lo que Arrested Development siempre se toma esa distancia irónica que hace que el descalabro se convierta en carcajada constante. Alabada por la crítica, con una buena cosecha de premios, la serie no contó con gran éxito de público. La FOX la canceló en su tercera temporada, pese a los intentos metatelevisivos por salvarla (el aséptico narrador, Ron Howard, dirigiéndose a la audiencia en un capítulo precisamente titulado “Save Our Bluths”: “Cuenten a sus amigos sobre este show”).
Un guión ingenioso, repleto de boutades y situaciones surrealistas, con una galería de personajes secundarios a cual más disparatado: un mago de todo a cien, un psicoanalista reciclado en actor, una hermana mega-ultra-solidaria-oshea, un hermano miope y bastante lentico, un estafador cabeza de familia reconvertido al judaísmo en la cárcel, una madre desequilibrada, un sobrino ingenuo y enamoradizo, una sobrina maquiavélica y, para colmo, un niño chino adoptado al que llaman “Hola” en chino. Ufff.
Con esta estampa, Arrested Development se llena de momentos hilarantes que nacen de una contemplación extrañada de la cotidianidad, como si el día a día fuera un espacio alucinado del que no se puede escapar.